La necesidad de mecanismos de responsabilidad del sector privado y más allá: "Un canario en la mina de carbón"
Hace casi una década que el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas aprobó por unanimidad el marco sobre empresas y derechos humanos. Más tarde se conocerían como los Principios de Ruggie, acertadamente llamados así por el Representante Especial de la ONU, John Ruggie.
El marco estableció esencialmente un conjunto de normas internas para el nexo entre los derechos humanos y la conducta empresarial. Los principios pretendían abordar los daños a los derechos humanos relacionados con las empresas y proporcionar un conjunto de directrices más consolidado y eficaz para las actividades empresariales, especialmente las que trascienden las fronteras nacionales. Marcos como los principios Ruggie existen para proporcionar a las partes interesadas internacionales una hoja de ruta para prevenir, o al menos reducir, los impactos adversos que los proyectos y las actividades empresariales pueden tener en las comunidades. De hecho, el adagio del Banco Mundial de "no hacer daño" denota esta misma noción. La verdad incómoda es que las instituciones financieras internacionales (IFI) y los bancos multilaterales de desarrollo (BMD) siguen causando daños involuntarios como resultado de los impactos de los proyectos y programas. ¿Es esto una desafortunada inevitabilidad? Tal vez. De hecho, es difícil decir si los proyectos de infraestructura de los BMD, como las presas hidroeléctricas por ejemplo, son un réquiem para el "desarrollo bueno y sostenible". Este debate está en curso y es para otra ocasión.
La realidad es que la globalización y el orden mundial actual han definido un determinado modelo de desarrollo que requiere el aumento de la actividad económica, la liberalización de los mercados y la construcción de infraestructuras, entre otras cosas. Como resultado, las aspiraciones y oportunidades económicas de millones de personas dependen de la implementación exitosa y el consiguiente empleo creado por estos esfuerzos de desarrollo. Sin embargo, irónicamente (o quizás de forma esperada, según a quién se pregunte), muchos proyectos y actividades empresariales han dejado a las comunidades más pobres, más vulnerables y despojadas de sus identidades, tradiciones, culturas y tierras.
Hoy en día, la mayoría de las IFIs cuentan con algún tipo de mecanismo de rendición de cuentas que varía en cuanto a su mandato, título y función. Todos sirven para el mismo propósito de proporcionar acceso y remedio a las personas afectadas por los proyectos, abriendo las puertas a una entidad que de otro modo sería inaccesible (y lejana). Las últimas tres décadas han sido años decisivos para la rendición de cuentas institucional con la creación del Panel de Inspección del Banco Mundial, el Defensor del Pueblo Asesor en Materia de Cumplimiento (CAO) de la Corporación Financiera Internacional y el Mecanismo Independiente de Reparación del Fondo Verde para el Clima, entre muchos otros. Sin embargo, la existencia de estos mecanismos de rendición de cuentas no siempre se traduce en el cumplimiento o la reparación. Por ejemplo, el caso emblemático de un pequeño grupo de pescadores indios que se enfrentó a la Corporación Financiera Internacional (CFI) (puede leer más sobre el caso y lo que significó para la rendición de cuentas aquí), en el que se puso de manifiesto que los mecanismos de rendición de cuentas siguen teniendo un poder algo limitado y continúan desempeñando más o menos un papel de asesoramiento, sin la capacidad de ordenar que se tomen medidas.
En los últimos años, el ámbito del desarrollo internacional ha comenzado a ver un número cada vez mayor de nuevas partes interesadas y actores. Los bancos de inversión, los organismos regionales e incluso las empresas se han ido implicando progresivamente en la ejecución y el diseño de diversos procesos, proyectos y programas de desarrollo. Las IFI también han empezado a confiar cada vez más en los intermediarios financieros o, en el caso del Fondo Verde para el Clima, en las entidades acreditadas, para la ejecución de proyectos y programas. A estos intermediarios se les ha concedido gradualmente la responsabilidad de establecer mecanismos de reparación de agravios a nivel institucional y de proyecto, para proporcionar a las personas y comunidades afectadas opciones de reparación más directas, oportunas y justas. En algunas circunstancias, por ejemplo en lo que respecta a GCF, el establecimiento de estos mecanismos de reparación de quejas es necesario para cumplir las condiciones de acreditación.
El surgimiento de los llamados mecanismos de reclamación de "segunda ola" es una señal de progreso en la dirección de la responsabilidad institucional y la participación ciudadana en el proceso de desarrollo. Sin embargo, estos mecanismos de reclamación que están surgiendo requieren la creación de capacidades, la formación y el asesoramiento de expertos para que resulten eficaces cuando empiecen a llegar las reclamaciones. ¿Cómo se puede facilitar esto? El impulso está en la primera generación de mecanismos de reclamación, como MIR, la Unidad de Cumplimiento Social y Medioambiental (SECU) (del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) y la CAO, entre otros, para que asuman un papel de liderazgo en el desarrollo de estos mecanismos de segunda ola y establezcan asociaciones, redes y una comunidad de prácticas y aprendizaje compartido. Si se espera que la segunda oleada de mecanismos de reclamación proporcione una reparación eficaz y significativa a las personas afectadas por los proyectos, la primera oleada debería desempeñar un papel fundamental en la creación de capacidades y en la facilitación del intercambio de conocimientos.
¿Qué sigue para la responsabilidad institucional?
Expertos, responsables políticos y académicos han coincidido en que la inversión pública, la ayuda oficial al desarrollo y las iniciativas de desarrollo dirigidas por el Estado ya no son la única panacea para el lento desarrollo. El sector empresarial y privado ya está desempeñando un papel fundamental en los proyectos de desarrollo internacionales. Lo estamos viendo reflejado en las salidas netas de inversión extranjera directa (IED). Desde 1985 hasta 2017 se ha producido una explosión de la IED de aproximadamente un 3500%, según datos del Banco Mundial. Esto se traduce en proyectos y programas ambiciosos y de gran alcance que están aumentando en los países en desarrollo. En otras palabras, el espacio y las oportunidades para la inversión privada en el mundo en desarrollo se están ampliando. Las IFI, e incluso la página web GCF (Private Sector Facility, PSF), cuentan con unidades dedicadas exclusivamente a la creación y el compromiso con el sector privado. Sin embargo, resulta alarmante que muchas empresas y proyectos financiados con fondos privados carezcan de mecanismos de reclamación o tengan lo que sólo puede describirse como simbólicos. Dicho esto, sigue existiendo una ausencia significativa de mecanismos de rendición de cuentas dentro de las empresas privadas, a pesar de que los marcos internacionales, como los principios Ruggie, exigen su aplicación.
Para contextualizar la necesidad muy real, y de hecho urgente, de una reparación efectiva de los agravios a nivel corporativo, no hace falta mirar más allá del reciente caso del gigante minero Rio Tinto y un grupo de pastores tradicionales de Mongolia. The Guardian publicó un artículo sobre este caso histórico, que se puede leer con más detalle aquí. The Guardian destacó que en el diseño preliminar y la aprobación del enorme proyecto minero, Rio Tinto había pasado por alto importantes riesgos sociales. El grupo de pastores tardó 4 años en alcanzar finalmente un acuerdo tripartito entre Rio Tinto, el gobierno de Mongolia y ellos mismos. Todo el procedimiento acabó costando a Rio Tinto cientos de miles de dólares en concepto de gastos de litigio. Además, la cobertura periodística del pleito dañó su reputación internacional, lo que sin duda repercutió en las inversiones y los beneficios. Las comunidades locales sintieron que Rio Tinto les había fallado. Ahora que se ha llegado a un acuerdo, muchos pastores esperan una indemnización y una compensación.
Las empresas multinacionales (EMN) suelen subestimar y pasar por alto los impactos y riesgos sociales de los proyectos. Las lecciones de estos desafortunados sucesos hablan de la propia razón de ser de los mecanismos de responsabilidad. En lugar de reaccionar y litigar, como hicieron la CFI y Río Tinto, los mecanismos de reclamación (cuando son eficaces) eliminan la necesidad de tales procedimientos. Proporcionan a las comunidades y a la población local la oportunidad de desempeñar un papel más activo en los proyectos financiados internacionalmente y del sector privado, que deberían beneficiarles, no perjudicarles. El establecimiento de estos mecanismos sólo puede ser beneficioso para las empresas y las inversiones privadas que esperan mantener su imagen pública y llevar un modelo de negocio exitoso y sostenible en el futuro.
Artículo preparado por Peter Boldt